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6 nov 2008
Obama: la incorporarion de la revolución tecnológica a la política
En la India está la raíz del término juggernaut: “fuerza irrefrenable que en su avance aplasta o destruye todo lo que se interponga en su camino”. Ese vocablo, nacido del sánscrito, se ha convertido, con el paso de los siglos, en sinónimo de organización impecable e implacable... como la de Barack Obama.
El movimiento tejido por el nuevo presidente de los Estados Unidos ha sido correctamente calificado como juggernaut político.
Por las implicaciones que tiene un fenómeno que atraerá investigadores de todas las disciplinas, elaboro algunos apuntes que permitan entender, al lector interesado, algunos de los rasgos que lo hacen distintivo. Me referiré, ¡que remedio!, a la mil veces mencionada incorporación de la revolución tecnológica a la política; luego discutiré la menos visible reinvención del lenguaje progresista o la fusión de algunos modos de los organismos civiles a la campaña.
El renovador debe encontrar interlocutores. Barack Obama pensó en la juventud y, para sensibilizarse a su manera de ver al mundo, tiene como su asistente personal (una especie de valet) a un joven que entre sus funciones estuvo poner al día al candidato sobre los usos y costumbres de ese sector de la población. La cotidianidad de las nuevas generaciones está fundida con la tecnología, y ésta fue utilizada intensiva y masivamente, para difundir ideas, comunicarse, organizarse y recolectar pequeños donativos.
En los últimos meses construyeron un nuevo sistema circulatorio para la política; por él fluyeron mensajes de texto en celular, publicidad incluida en videojuegos, el contenido de páginas y blogs saturados con información sobre la campaña, Facebook y Myspace, etcétera, etcétera. El mensaje venía empaquetado con el desenfado propio de la juventud.
Una innovación menos aparente fue la transformación del lenguaje progresista o de izquierda. En Estados Unidos la derecha había puesto tan a la defensiva a los liberales que el término era peyorativo. Eso se acabó. Obama es la expresión más acabada del arte de presentar ideas conocidas con una envoltura diferente. El candidato afroamericano no hablaba de pobres sino de clases medias, no exorcizaba con indignación a la discriminación sino que prometía dignidad y trato justo a los marginados. Los puristas probablemente condenen la utilización de eufemismos; son los adecuados para convencer a una sociedad centrista y conservadora.
La campaña de Obama también incorporó rasgos de la cultura de los organismos civiles; entre ellos está la exigencia de atender los pequeños detalles con la abnegación del activista, y la frugalidad como forma de vida. Pese a tener las arcas rebosantes, quienes estuvieron en la nómina de Obama ganaron poco y tenían la exigencia de respetar normas de austeridad como la utilización de transportes públicos para ir al aeropuerto, o limitar sus gastos en otra ciudad a viáticos de 30 dólares diarios. Un contraste notable con los 150,000 dólares gastados por los republicanos para vestir a Sarah Palin.
Lo nuevo sostuvo prácticas viejas. El internet y la banda ancha fueron los tentáculos que permitieron captar fortunas, luego utilizadas para pagar los estadios donde hubo manifestaciones o los spots en radio y televisión. El dinero aceitó una maquinaria que planificó y se anticipó a todas las posibilidades: jóvenes, judíos, veteranos de la guerra de Iraq, pensionados, hispanos recibieron trato adecuado a sus peculiaridades.
Fue igualmente ejemplar el manejo de las campañas negativas que tanto afean a la democracia estadounidense. Hubo respuestas fulminantes a cualquier ataque infundado; hubo capacidad para aprovechar los errores de McCain.
Así, la campaña de Obama refutó las mentiras, recordó machaconamente que John McCain y George W. Bush eran lo mismo y restregó los peores deslices del candidato republicano: el 15 de septiembre, y en medio de la tempestad financiera, John McCain aseguró que las bases de la economía eran sólidas. Se equivocó y se difundió.
El trabajo sucio lo hicieron otros. El ahora presidente mostró siempre un mensaje de moderación y mesura endulzado por una sonrisa fácil y un lenguaje educado, articulado y asentado en la lógica; lo apropiado para atraer a moderados e indecisos. El complemento venía con una figura esbelta ataviada con una elegancia sobria y formal; fácilmente distinguible en un país notable por el sobrepeso y por el descuido a la hora de combinar colores. Pese a la mesura era evidente que Obama ejercía a plenitud el liderazgo de una organización disciplinada y con líneas de mando perfectamente establecidas.
Estaría, finalmente, la veleidosa fortuna. Las estrellas se alinearon para favorecer al afroamericano cuyo juggernaut se benefició de lo conocido y de lo inesperado: se montaron en el hartazgo con los excesos del neoconservadurismo agresivo y ramplón, aprovecharon una crisis financiera que metió pánico y deseo de cambio, y se beneficiaron involuntariamente con la simpatía despertada por la muerte, en la víspera de la elección, de la abuela abnegada que crio a un hijo abandonado por un padre desobligado. Hijo que se sobrepuso a la adversidad para llegar del barrio a la cúspide.
Barack Obama ya confirmó ser un innovador en la campaña pero ¿tendrá el mismo éxito como presidente? Tal vez no, quién sabe, ya lo veremos. Queda una lección aprovechable en otras realidades: las fuerzas progresistas sí pueden organizarse y ganar.
http://www.yucatan.com.mx/noticia.asp?cx=99$2900000000$3948453&f=20081105
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