Estaba leyendo arropada en el sofa, en hora temprana de esta mañana soleada de domingo otoñal, con el sol iluminando mi salon y el frío intenso y denso penetrando por las ventanas abiertas, cuando has venido a mi memoria y me has dibujado una sonrisa, una mirada ensoñadora. He dejado el libro y me he detenido en el tiempo y en el espacio, observando este dormitorio-bazar al que debería aplicar el tan consabido “principio del desprendimiento” para darle libertad. Y vagando, mi mente se ha topado con el agradecimiento que te tengo, al descubrir que te pensaba porque siempre en silencio formas parte de mi vida, de mi rutina, porque casi a diario te encuentro en mi correo electrónico. Y, no he sido consciente hasta este momento, del vacío que supondría en mi ser no encontrarte en él un día. Sin saberlo, abro el mail dando por hecho que tus correos habrán llegado, esos que leo cuando puedo, pero que aún cerrados repiten tu nombre y tu presencia casi diaria y abundante.
Sin saberlo tú, ni acaso yo, llenas mi soledad persistente. Sin saberlo me sostienes. Tu recuerdo siquiera de mi nombre, siquiera cuando repasas los nombres de tus contactos y con el dedo golpeas la tecla que me elige, o la que elige la lista en que me tienes, esa pequeña dosis de recuerdo para mi, me hace compañía y me da sosiego. Me desplomaría en el inconsciente si un día faltases a la cita secreta, si en la lista de recibidos no apareciese tu nombre, pues como te digo me he dado cuenta de que forma parte de mi vida cotidiana encontrarte virtualmente, saber que estas ahí de algún modo, aunque ingrata de mi, nunca o casi nunca te responda.
Dicho de otro modo, cada vez que enciendo el ordenador, y miró para empezar mi correo con la avidez de saber quien me ha escrito, cuento con que estás ahí como si de una obligación se tratase, es un deseo inconsciente. Si no te viera ahí, me preocuparía y te echaría mucho de menos.
Por todo ello debo darte las gracias, aunque triste al comprender que recursos ocultos utilizamos para que no nos desgarre el abandono ni el miedo; al comprender en que aislamiento profundo vivimos todos en el fondo, aún rodeados de multitud, sin darnos cuenta de la profundidad de este desierto porque nunca tenemos ocasión de “pensar”, de detenerlo todo para analizar que es lo que de verdad, sigilosamente, nos mantiene en pie y por arte de magia nos impulsa a continuar viviendo, tan insignificantes y tan vulnerables como somos en el viaje hacía nuestro común destino…
Gracias de nuevo por estar ahí, por tu presencia silenciosa, por dar calidez al camino, por componer humildemente la música de fondo de mi existencia diaria, consiguiendo apuntalar con tu generosidad mi vida, gracias por llenar parte de mi oceánico vacío.
Un abrazo y Una lágrima